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A comienzos del s. XX, las hermanas Campos, Julia, Felicia, Eufemia y Salome comenzaron a trabajar artesanalmente las conservas de pescado en Bermeo, mientras los hermanos, Dionisio y Ponciano, trabajaban en la mar.
Su fama pronto se extendió y en 1920 su éxito les permitió abrir una nueva fábrica, más grande y preparada para atender la producción creciente. Al cabo de unos años, y tras la muerte de la su hermana mayor -Julia- y la de su propio marido, Salome pasó a dirigir el negocio por si sola, apoyándose en su gran personalidad y una tenacidad fuera de toda duda.
Mujer adelantada a sus tiempos, siempre fue una firme defensora de las capacidades de las mujeres. En una ocasión surgió una discusión en el puerto acerca de las diferencias en cuanto a las habilidades entre hombres y mujeres. Salome quiso zanjar el asunto con una apuesta delante de todos los hombres de mar: el reto consistiría en nadar desde el puerto de Bermeo hasta la vecina isla de Izaro. Huelga decir cómo su idea fue recibida con sonrisas de incredulidad y escepticismo mientras la fecha del reto era fijada.
Una mañana de Septiembre, Salome acompañada por varias personas en un bote, se zambulló en las aguas del puerto y comenzó a nadar en dirección a Izaro. Ante ella, 2 millas de mar Cantábrico que cubrió brazada a brazada, con un enorme esfuerzo y el irrepetible sello de su inquebrantable voluntad y carácter.
Su gesta le sirvió para ganar, además de la apuesta, el respeto y reconocimiento de todo el pueblo de Bermeo, perdurando hasta nuestros días como ejemplo de tesón y perseverancia, homenaje a su carácter único e irrepetible.
La Travesía Salome Campos es un tributo a su figura y a la de todas las mujeres y hombres que como ella luchan por su futuro con tenacidad y esfuerzo.